El caballo en la antigüedad: un símbolo de clase social.

noviembre 29, 2016 Escrito por: Tablilla De Cera - No hay comentarios

De entre los muchos animales que han acompañado al ser humano a lo largo de la Historia los protagonistas que acuden a nuestra mente seguramente sean el perro, el buey y el caballo. El perro es quizás el primer animal en ser domesticado cuyo fin no es el alimentario o de materia prima. Cuando hablamos sobre planificación urbana antigua (La Tablilla de Cera: Planificación urbana antes de Hipodamo de Mileto) mencionamos el yacimiento de Çayönü en el alto Tigris (VIII milenio a.C.) como una de las fechas más tempranas para el perro. El buey (o el bovino para mayor exactitud) adquiere su protagonismo con el paso de una sociedad de cazadores-recolectores a la de agricultores-ganaderos que supone el Neolítico, su uso como animal de carga y tiro así como los productos derivados como leche o carne le convierten en un habitual en cualquier poblamiento. Sin embargo, ninguno de entre los dos anteriores será tan indispensable para el ser humano como el tercero en cuestión. El caballo llegó a convertirse en referente de clases sociales, dando nombre a varias de ellas, jugó un papel vital en el ámbito militar hasta la Gran Guerra (y aun así su uso militar pervivió durante un tiempo) y es el animal del que más nombres propios conservamos: Bucéfalo, Rocinante, Babieca, Marengo, Genitor, Incitato, Lazlos… Por todo ello, el caballo es el protagonista de este artículo, en el cual veremos sus inicios y su importancia social durante la antigüedad hasta la llegada de la Edad Media, momento en el que haremos un alto para continuar en artículos posteriores.

Como consideración previa debemos tener claro que no todo el mundo puede tener un caballo. En nuestros días no es raro montar en caballo en alguna ocasión o incluso alquilarlo para una marcha, pero la posesión de un caballo no es habitual y mucho menos lo será cuanto más atrás en el tiempo miremos. Esta posesión supone un coste económico que no se limita a la compra del animal sino que requiere una manutención diaria consistente en una necesidad considerable de alimento, un techo bajo el que cobijarlo, cuidados básicos y veterinarios, así como su adiestramiento y el pago del personal asociado que necesitemos (mozos de cuadra, entrenadores, etc…). Para hacernos una idea rápida de todo esto, en la Edad Media un trabajador con suerte -un herrero por ejemplo- necesitaría los ahorros de 50 años y pasar penurias para poder comprar un caballo. Teniendo en cuenta que la esperanza de vida de la plebe rondaba los 35/40 años nos hacemos a la idea de que quizás el hijo del herrero, hacia la mitad de su vida, podría costear el caballo que quería su padre. Ahora bien, ¿podría mantenerlo? la manutención de un equino era de todo menos barata ya que necesita ingerir unos 10 kg de comida al día, a lo que hay que añadir cuidado, entrenamiento y equipo. Nuestro hijo de herrero con suerte tendría que prescindir de dar de comer a sus hijos para poder mantener alimentado y sano al caballo que quería su padre. Con estos datos no es exagerado decir que al noble de turno le dolía más perder uno solo de sus caballos que un puñado de siervos agricultores que además eran más fáciles de reemplazar.

Partiendo de esta idea no resulta complicado entender como el caballo se convirtió desde muy temprano en un elemento de prestigio y un marcador social que determinaba el estatus social de su propietario, dando lugar a clases sociales cuya nomenclatura derivaba del equino. Tenemos los ejemplos más claros en Atenas y Roma:

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Ánfora ática de figuras negras representando un hippei completamente armado.

Para el caso ateniense, en la llamada Constitución de Solón (siglo VI a.C.) se establecen los requisitos que necesita un ciudadano para pertenecer a una determinada clase social. Según la pertenencia a una u otra, el ciudadano tenía asignada una serie de obligaciones y derechos para con su polis (algo sobre el tema lo vimos en La Tablilla de Cera: Ciudadano antiguo y ciudadano moderno. La isocracia ateniense frente a la democracia ilustrada). Encontramos en la legislación de Solón que la segunda clase era la de los hippeis, literalmente traducido como «jinetes», que eran aquellos ciudadanos que podían costearse un caballo y el equipo adjunto necesario para la guerra. El sistema ateniense mezclaba la clase social con la clase guerrera y según el equipo militar que podía costearse el cabeza de familia, pertenecía a una clase social u otra. Se entendía por tanto que si podía costear y mantener un equino tenía un nivel económico elevado y por tanto se le adscribía entre aquellos que demostraban la posesión y manutención de este tipo de artículo de lujo usado con fines militares de defensa ciudadana de la polis. Para la importancia de la posesión del caballo en el mundo griego también debemos tener en cuenta la orografía del terreno en la península griega, que no es precisamente un terreno amable para los caballos a excepción de las llanuras de Tesalia. Esto aumenta su coste (las lesiones son más habituales, el terreno apropiado para la cría es escaso y su utilidad táctica o de correos se ve reducida) y su valor como objeto de lujo.

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Característica túnica de équite (angusticlavia) con sendas bandas púrpuras estrechas a diferencia de la de senador (lacticlavia) de franjas más gruesas.

En Roma tenemos el mismo ejemplo en la clase de los équites u ordo equester. Según Tito Livio es el rey Servio Tulio quien establece la primera división en clases sociales según un modelo basado en el nivel económico y que tenía su reflejo en las votaciones de los Comitia centuriata y en el lugar de cada ciudadano dentro de la estructura de un ejército vinculado a la defensa de la patria. Así los ciudadanos romanos se dividieron en 5 clases más una sexta excluida del servicio militar (proletarii) reflejo de su nivel económico.
En un origen la caballería romana se reclutaba de entre los miembros de la primera clase, los patricios (el origen de esta palabra y sus implicaciones bien merece un tema aparte), pero la mayor vinculación de la incipiente ciudad-estado, en especial durante los primeros años de la república, en la política de la península itálica, hace que la necesidad de caballos y jinetes aumente progresivamente hasta el periodo de las guerras contra el Samnio, cuando los más poderosos de entre las clases plebeyas empiezan a colaborar aportando caballos. Este es el origen del ordo equester («orden ecuestre») o équites («caballeros»), que se formará como clase social ya de manera clara antes de la I Guerra Púnica y será integrada por aquellos ciudadanos capaces de mantener un caballo del mismo modo que los hippeis de Atenas. Los équites formaron en origen el cuerpo de caballería del ejército, controlado por el Estado hasta tal punto que era la propia Roma quien entregaba un caballo a cada équite, lo que se vino a llamar el caballo público, ya que aunque el mantenimiento y el prestigio asociado recaía sobre el équite la posesión parece que fuera estatal. Una vez al año, entorno al 15 de julio, se celebraba la Transvectio equitum por las calles de Roma con juegos hípicos y un desfile militar donde los équites montados a lomos de sus caballos públicos eran examinados por los dos censores de Roma situados en la escalinata del templo de los Dioscuros Castor y Polux, deidades autóctonas vinculadas con los jinetes y la caballería. Si estos censores observaban algún caballo desnutrido o mal cuidado tenían potestad para rebajar la condición social del ciudadano y su familia, que dejaba por tanto de pertenecer a los équites al no cumplir con los requisitos. Esta falta de cuidados es poco probable que debiera acusarse a un descuido, desinterés o desidia dada la importancia del animal para mantener la posición social, así que lo normal era que fuese fruto de un empeoramiento económico de la familia, que tenía como consecuencia una disminución de ingresos y por tanto la imposibilidad de mantener correctamente el caballo público. El hecho de que el Estado entregase un caballo y exigiese el cuidado y mantenimiento del mismo a una persona para poder pertenecer a una de las clases privilegiadas de Roma nos da idea de lo caro, importante y preciado que podía ser este animal para los romanos. La idea del caballo público mantenido por un équite pero de propiedad estatal, se difumina según avanza la república al sucederse las reformas, el aumento de la riqueza y el consiguiente aumento de équites.

Así, a finales de la república el ordo equester ya tiene entidad propia y mucho poder, hasta el punto de rivalizar con la clase senatorial teóricamente por encima. Los équites ya no se distinguen por la propiedad del animal sino por ser una clase dedicada principalmente a los negocios, una tarea considerada menos digna que la posesión de tierras de la que hacían ostentación los senatores, grandes latifundistas, aunque estos mismos senatores entraban al mundo de los negocios por la puerta trasera, a través de su red de clientela. Augusto, frente a la vieja clase senatorial agotada tras las guerras civiles y la imposibilidad teórica de entrar de lleno en el mundo de los negocios, favoreció durante su mandato a los équites, otorgando puestos de confianza en diversas prefecturas (praefectus augustalis, praefectus fabrum, legatus augusti…). No obstante, a pesar de que las mayores posibilidades para tener un caballo y que su uso en el ejército ya no era exclusivo de su clase social (véase las tropas de auxiliae o el episodio que narra César montando a los milites de la legio X en caballos) la Transvectio equitum se siguió celebrando y los équites más antiguos siguieron haciendo alusión al caballo público heredado de sus antepasados como signo de distinción social incluso entre sus iguales recién ingresado en esta clase social.

Teniendo en cuenta estas consideraciones de carácter social haremos un repaso del caballo junto al ser humano y su estrecha vinculación con el mundo de la guerra. ¿Cuando aparece el caballo asociado al ser humano por primera vez? las cifras bailan pero entorno al 5.000 a.C. en el actual Kazajistan ya tenemos restos que nos indican una domesticación del animal, aunque por entonces su uso no se diferenciaba tanto del de otras bestias de carga: de las yeguas se conseguía leche y ambos servían tanto para obtener carne como para transportar bultos, siendo animales de tiro durante las migraciones. Poco a poco, según estos nómadas se establezcan en núcleos poblacionales y surjan los primeros Estados, el caballo será ascendido de animal de tiro y productor a animal principalmente ligado a la guerra y en segundo plano al transporte rápido de personas y mensajería.

Si nos trasladamos a las tierras entre el Eufrates y el Tigris hacia el 2.500 a.C., encontraremos los primeros testimonios de esta unión entre guerrero y caballo. En estas fechas compartirá protagonismo con onagros y asnos pero tomará el protagonismo tirando de los carros de guerra de los reyezuelos mesopotámicos. Aun no podemos hablar de un cuerpo de caballería como tal, pero el ruido de las ruedas junto con el de los caballos será igual de temido que el de las cargas de caballería del medievo. Por lo general tenemos dos modelos de carro: el hitita y el egipcio. El carro hitita es el más antiguo y pesado; sobre él iban montados tres personas, el guía que manejaba las riendas, un soldados con jabalinas y otro que portaba un escudo y defendía a los anteriores. Por contra, el carro egipcio era un carro de construcción más ligera y sólo contaba con el guía y un arquero lo que permitía mayor velocidad y mejor alcance de tiro por el uso del arco frente a la jabalina. El carro como elemento de guerra acabará quedando obsoleto frente a los cuerpos de caballería. El guía se convierte en jinete, guerrero y de mayor posición económica, aunque esto último debe de ser matizado porque los jinetes podían estar vinculados a un personaje de mayor rango, dueño de los caballos, como en el caso ibérico mediante el sistema clientelar de la devotio ibérica. El caso es que ya en el 55 a.C. Julio César al desembarcar en Britania y observar carros de guerra en las playas de Dover, comenta en sus crónicas lo exótico y anticuado que le parece tener que combatir contra los carros británicos, a los que despacha sin mayores problemas.

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Carro hittita (en primer término) frente a caro egipcio (al fondo) en la batalla de Qadesh. Ilustración de José Daniel Cabrera Peña.

Como hemos visto, los pueblos entorno al mediterráneo abandonarán el carro en favor del jinete, en Grecia donde el uso del caballo es limitado debido a su orografía accidentada, tendremos que esperar a las reformas de Filipo II para ver un protagonismo claro dentro de los ejércitos greco-macedónicos. Las llanuras de Tesalia, Tracia y Macedonia proveerán de caballos y se crearán cuerpos de caballería de élite como los hetairoi macedonios («compañeros» [del rey]) que portaban una lanza larga de casi 4 metros con la que trataban de cerrar al enemigo entre ellos y la infantería griega. Comúnmente hablamos del martillo (caballería) que golpea (al enemigo) sobre el yunque (infantería). Es importante señalar que estos jinetes montaban «a pelo», es decir que no llevaban sillar de montar y mucho menos estribos (en el mejor de los casos una manta colocada en la grupa), con lo cual la dificultad para mantenerse sobre el caballo es mayor que al contar con un armazón sobre el que sujetarse. Tampoco usaban silla de montar los jinetes númidas de igual forma que no usaban ningún tipo de brida o ayuda material para mantenerse sobre el caballo. Los jinetes númidas usaban las crines del caballo y su habilidad, así como la falta de protección alguna que los haría más torpes, para montar. Era un tipo de caballería ligera cuyo fin era desbaratar la formación enemiga lanzando jabalinas y evitando el combate cerrado.

La silla de montar supone un avance notable para la seguridad del jinete. Jinetes habituales como los itálicos, galos o íberos usaban silla de montar. La silla romana nos es bien conocida: un armazón de madera forrado en cuero con cuatro pomos en cada esquina, lo que permitían al jinete mantenerse «encajado» durante la marcha. Sin embargo el estribo aun no era conocido en Europa, por lo que la dificultad seguía siendo notable.
En el mundo íbero o celtíbero la cultura del caballo estaba muy extendida. Dos jinetes podían compartir un caballo, el cual era usado para moverse rápidamente por el campo de batalla y permitía una versatilidad en las tácticas que sería adaptada por diversos generales en siglos posteriores como Aníbal o César. Al compartir montura podían combinar un jinete con un peón, este último descabalgaba y combatía entre los caballos para sorprender a la caballería enemiga. Tenemos también noticia de infantes que se trasladaban agarrados a la cola del caballo incluso entre los romanos.

Para finalizar el somero repaso sobre la caballería en la antigüedad quizás debamos volver a los orígenes. En el Próximo Oriente, una vez desechados los carros, los partos recogen el testigo dejado por los imperios persa y seléucida. Un terreno basto y propicio para los caballos (tanto para su crianza como para su movilidad táctica) y una larga tradición vinculada a este animal permitieron un mayor acceso al caballo y una mayor especialización. Los ejércitos partos contaban con un número de caballería muy superior al del resto de pueblos contemporáneos, otorgando al animal protagonista de nuestros artículo el peso principal del ejército. Por un lado contaban con cuerpos de élite de caballería pesada, el catafracto o clibanarii (según fuentes grecoromanas) que tan efectivamente adoptarían los bizantinos más adelante. Amiano Marcelino, historiador y militar del siglo IV d.C. describe a los catafractos sasánidas (sucesores de los partos) en primera persona:

<<Todas sus compañías iban acorazados en hierro, y todas las partes de su cuerpo iban cubiertas con gruesas placas, tan entalladas que las juntas coincidían con las de sus miembros; y las formas de las caras humanas estaban tan hábilmente encajadas en sus cabezas, que dado que su cuerpo entero estaba cubierto con metal, las flechas que caían sobre ellos sólo podían hacer blanco en pequeñas aberturas para las pupilas del ojo o a través de la punta de su nariz, en dónde podían conseguir un poco de aire. Algunos de ellos armados con picas permanecían tan inmóviles que podía pensarse que estaban atrapados por cepos de bronce. Los persas nos opusieron apretadas bandas de caballería cubierta con malla en un orden tan cerrado que el brillo de los cuerpos en movimiento cubiertos con placas de hierro deslumbraban los ojos de quienes miraban hacia ellos, mientras que la totalidad multitud de caballos iba protegida por cubiertas de cuero.>> Historias. Amiano Marcelino.

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Tipos de catafracto o clibanarii según procedencia y evolución.

Los caballos catafractos tenían un problema de movilidad: debido al enorme peso que transportaban sólo podían realizar cargas de caballería puntuales -eso sí, devastadoras-  y retirarse exhaustos. Para suplir este problema se combinaban con cuerpos de caballería ligera de tradición escita. Los jinetes escitas y partos apenas iban protegidos con armaduras de cuero y rara vez el caballo portaba barda de cuero- pero teniendo como principal arma el arco corto compuesto les permitía acercarse a distancia prudencial para hostigar al enemigos y desbaratar su formación. El famoso «disparo parto» consistía en fingir una retirada y disparar el arco hacia atrás, con lo que el enemigo que avanzaba rompiendo formación para aprovechar la retirada simulada se veía sorprendido por una lluvia de flechas. Quizás el ejemplo más claro de la estrategia parta sea la batalla de Carras, donde los legionarios romanos de Craso fueron hostigados en primer lugar por el disparo parto y, al avanzar las legiones sobre ellos, sucesivas cargas de caballería catafracta seguidas sin tregua por más flechas de la caballería ligera, causaron el conocido desastre de Carras. Se cuenta que los jinetes auxiliares galos que combatían a las órdenes de Publio, hijo de Craso, al comprobar que sus contraataques eran inútiles saltaban de sus caballos en marcha sobre los catafractos en un vano intento de derribar a los jinetes.

Hasta este punto hemos visto la importancia del caballo como elemento de clase, de prestigio y su vinculación al mundo de la guerra. Haremos un inciso para señalar su importancia en otros ámbitos como el de la mensajería, cuyo exponente en la antigüedad es el cursus publicus romano:
Un correo oficial en época de Augusto, que es quién perfecciona el viejo sistema de mensajería republicano y al parecer, le da el nombre cursus publicus, podía tardar poco más de 20 días en recorrer la distancia que separaba la provincia Bética de Roma pues contaba con una buena red de carreteras y una posada (mansio para los correos oficiales) en cada jornada de distancia donde podía dejar su fatigado caballo y coger otro de refresco hasta la siguiente mansio si era necesario. Hablamos por tanto de un servicio de caballos públicos al servicio del Estado y mantenidos por el propio Estado (en La Tablilla de Cera. Mapas: La percepción del espacio físico en la Historia hablamos sobre la tabula peutingeriana, relacionada con este tema)

Llegados a este punto no podemos sino concluir dedicándole unas últimas líneas al propio caballo de la antigüedad. Es posible que al leer alguna de las maniobras tácticas o sobre la falta de soportes y ayudas para la sujeción del jinete nos preguntemos acerca de la habilidad de estos jinetes antiguos sobre el lomo de un animal tan ágil y rápido. Indudablemente el entrenamiento debía de ser importante pero también nos debe de quedar muy claro que el tipo de caballo, desde su domesticación hasta más o menos la Alta Edad Media, difiere en características respecto al porte majestuoso, estilizado y grande que presentan los tipos de caballo actuales como el Pura Raza Española (caballo andaluz) o el Pura Sangre inglés, con alzadas (desde los talones hasta la cruz) que van desde los 1’50 para los más bajos a los que alcanzan los 2 metros o más.

Sin embargo, el caballo de la antigüedad es más parecido a un pony robusto que a lo que entendemos por caballo, siendo así que solían tener entre 1’30 y 1’50 para los más altos, con una anchura superior a la actual (del tipo de los percherones, por ejemplo). Según los datos arqueológicos podemos hacer una comparativa con algunos tipos de caballo actual que, con mayor o menor mezcla, han mantenido unas características similares a lo largo de los siglos. El Tarpán estepario (extinto a finales del siglo XIX pero del que se conserva alguna fotografía) o el caballo mongol (Przelwalski), con una alzada de 1’30 se cuentan entre los más bajos, mientras que en el lado contrario tenemos el Akhal Teké (oriundo de Turkemistán), de 1’50 de alzada que se relaciona con el tipo de caballo que las fuentes citan que se criaba en Media y que podrían haber usado pueblos como los persas y los tesalios (Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno podría encuadrarse aquí). No muy lejos se encontraba el caballo que podrían haber usado los númidas, el antecesor del actual caballo Árabe, considerado uno de los tipos más antiguos, con una alzada entre 1’40 y 1’50. Mientras tanto, en la Península Ibérica hay una serie de tipos recluidos en el norte peninsular (desde Galicia al País vasco) que ya aparecen mencionados en las fuentes romanas. El Asturcón, con una escasa alzada de 1’25, es el sucesor de los caballos usados desde comienzos del siglo I d.C. por los romanos.

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Caballo Asturcón. Los caballos usados por Roma entorno al siglo I d.C. debieron de ser muy similares.

Esta menor alzada respecto a los caballos actuales supone que el suelo está a menor altura respecto al centro de gravedad del animal, por lo que los caballos de la antigüedad eran más estables y rápidos a la hora de girar o hacer maniobras, aparte de mucho más fuertes (el peso de que soportaba un caballo francés durante la Guerra de los Cien Años o el que soportaba un clibanarii sasánida en el siglo IV d.C. difícilmente podría ser aguantado por muchos de los equinos actuales). El inconveniente era su menor velocidad en línea recta, por lo que la potencia a la hora de cargar en formación cerrada era bastante menor de la que suponemos u observamos en las películas.

Para reflexionar:

  1. ¿Qué otros objetos u animales han sido un claro marcador social en alguna etapa histórica?, ¿existe alguno que funcione como marcador de clase en la actualidad?
  2. ¿Desde qué lugares, aparte de Media, se exportaban caballos?, ¿qué pueblos son los principales exportadores de caballos y a través de que vías se desplazaban a sus lugares de destino?
  3. Hemos mencionado la posibilidad de patrones prestando sus caballos a sus clientes para que estos actúen como jinetes. Tomando como ejemplo el cursus honorum de las clases pudientes romanas ocupando cargos de responsabilidad media-alta en el ejército, ¿pudo ser esto habitual entre las élites?, ¿hasta qué punto la caballería romana estaba formada por équites? ¿conoces ejemplos históricos posteriores de este mismo hecho dentro del mundo militar aunque no tengan que ver con el caballo?
  4. ¿Qué otros ejemplos en pueblos de la antigüedad conoces respecto a la vinculación del caballo con una clase social privilegiada?
  5. El mundo funerario nos presenta algunos ejemplos de enterramientos donde encontramos caballos como parte del ajuar funerario (posesiones del difunto). ¿Por qué se entierra al difunto con el caballo?, ¿qué implicaciones tiene en la vida de ultratumba?, ¿qué implicaciones sociales tiene para la familia, clan o tribu del difunto?
  6. Tomando como ejemplo las ilustraciones que adjuntamos (la ilustración de portada representa a Alejandro Magno cruzando el Gránico, ilustración de Peter Connolly), ¿cómo se protegía a las monturas?, ¿cual es la panoplia (armadura) habitual?, ¿qué perjuicio podía suponer para el dueño la perdida del caballo en combate?
  7. ¿Cual es la idea general que tenemos acerca de los caballos antiguos?, ¿se acerca al aspecto reducido y rechoncho que acabamos de ver?, ¿como nos ha influido el cine y la televisión en esta percepción?
  8. Por qué se abandona el carro en favor del jinete?, ¿qué desventajas supone?

Para saber más: