El uso y abuso de las palabras históricas en la actualidad.

octubre 31, 2017 Escrito por: Tablilla De Cera - No hay comentarios

Para este artículo mensual de La Tablilla de Cera haremos una reflexión sobre lo que hemos venido a denominar como «palabras históricas», nos centraremos en el concepto y en el peligro que supone la generalización del mismo, que conlleva a la pérdida de su significado original. Para ello, usaremos como apoyo una serie de artículos ya publicados en La Tablilla de Cera, que servirán para ampliar información y para mostrarnos el uso, desde determinados sectores de una sociedad concreta, y la evolución de la propia palabra en algo distinto a la original.

¿Qué entendemos como «palabras históricas»? hemos decidido usar este nombre para aquellos conceptos que aparecen generalmente en un diccionario histórico. Esto es, no se trata de un diccionario de definiciones sino de explicar un concepto importante en la historia humana, su evolución y los protagonistas o sucesos asociados al mismo. Así, «casa» sería una palabra propia de un diccionario de definiciones pero si decimos insula podemos estar ante varias acepciones en un diccionario de definiciones (casa de época romana, isla, una pequeña gobernación…) pero algunas de esas acepciones requieren una definición que incluya un contexto histórico y social y su evolución con otro significado diferente. Lo mismo ocurre y mucho más claro resulta si hablamos de ilustración o de movimiento social, son palabras o palabras compuestas que requieren una explicación enmarcada en un marco histórico o con una evolución histórica, además son palabras que evolucionan: Una casa tiene el mismo significado en la Grecia del siglo VI a.C y en la Francia del XXI d.C., mientras que la palabra democracia no explica lo mismo si nos referimos a la Grecia del siglo VI a.C. que a la Francia del XXI d.C.

Inscripción donde aparece borrado el nombre del emperador Maximiano. Ejemplo de damnatio memoriae

Dicho esto y entrando poco a poco en materia, muchos escritores nos hablan de la magia de las palabras, una visión romántica de la escritura o la oratoria donde lo que plasmamos en el papel (digital o impreso) o dejamos salir por nuestros labios pretende causar reacciones en otras personas y hacer que sientan sensaciones. La forma en la que nos expresamos, las palabras exactas que usamos, el estilo de escritura o de oratoria, la cadencia a la hora de hablar y el formato… todo ello pretende influir consciente o inconscientemente en la audiencia. Esta magia de las palabras no está exenta de razón y no es algo propio de la escritura moderna o actual ya que podemos remontarnos a tiempos remotos para entender que esta idea del poder de las palabras está ya presente en culturas tan antiguas como la babilónica o la egipcia faraónica. Así, en La Tablilla de Cera: Damnatio memoriae, pudimos comprobar la importancia de la palabra escrita para los procesos mágico-simbólicos de castigo a una persona. En una sociedad donde la escritura era minoritaria, el nombre escrito de una persona contenía parte del «ser» de esa persona (recordamos las tres partes del «ser» en Egipto: Ka/fuerza vital, Ba/fuerza espiritual y Akh/gloria o luz del individuo) y el acto de borrar o dañar esa palabra significaba la desaparición o inexistencia de esa persona, el olvido eterno.

Este mundo mágico-simbólico de las palabras se traduce en las sociedades complejas en una herramienta en manos de los oradores. No por nada la oratoria se convierte en un arte, en una disciplina para hablar con elocuencia, para convencer y persuadir a una audiencia y por ello necesita de una serie de herramientas vocales y gestuales, palabras escogidas y gestos apropiados. En un idioma con abundancia de sinónimos, una mala palabra puede arruinar todo un discurso y sin embargo cambiar esa palabra por un sinónimo más acorde al público significa el éxito ante la audiencia. Así, el uso de determinadas palabras usadas especialmente en gremios como el de la comunicación y el de la política o incluso entre los comerciales (de seguros, vivienda, etc…), no es casual. Primero se busca la aceptación del público haciendo ver que el orador forma parte de ellos o de sus ideas, para después convencer y persuadir acerca de lo que el orador desea vender, ya se trate de una compañía telefónica o de una nueva legislación para la región donde gobierna.

Es importante señalar que no entramos a valorar si las intenciones son buenas o malas, si el producto es bueno o malo, si hay, en definitiva, intencionalidad. La oratoria es una herramienta más dentro de las relaciones sociales y el uso de la misma como disciplina debería de aplicarse en la formación de las personas desde muy temprano, mejorar sus cualidades sociales para que puedan ser aplicadas en la madurez. Sin embargo, nuestra intención si que es la de advertir sobre un uso indiscriminado -y la mayoría de las veces, sí, intencionado- de determinadas palabras con implicaciones históricas ya que tal uso puede suponer perder el significado para adquirir uno nuevo. Esta evolución de las palabras históricas no tiene porque ser necesariamente mala ya que resulta algo común y lógico en el lenguaje, pero este cambio en el concepto si que puede significar que la antigua definición del proceso histórico al que hace referencia en origen, se dulcifique, cambie su estructura o se convierta en un tópico recurrente que deja sin validez el proceso original.

Un ejemplo práctico y fácil de entender, -antes de empezar a tocar algunas palabras históricas más complicadas o polémicas- es la palabra imperio. Concepto que hoy tiene una definición clara: «Potencia de alguna importancia, aunque su jefe no se titule emperador» (séptima acepción en el diccionario de la RAE) pero cuya evolución analizamos detenidamente en nuestro artículo La Tablilla de Cera: Imperium. Orígenes y evolución, donde pasamos de un poder legislativo-militar emanado directamente desde el mundo mágico-simbólico de los etruscos, a un ente territorial de primer orden.

Imperio es una palabra histórica cuya evolución no implica, en principio, que la pérdida de que significado termine suavizando el concepto. Más allá de eso, nuestra intención es la de recurrir a conceptos históricos cuyas características positivas o negativas corren el peligro de desvirtuarse y perder su significado. Entendemos que en Historia no es todo blanco o negro y que un mal uso de ciertas palabras termina posicionando esos conceptos en un lado u otro perdiendo todos los matices que hay, precisamente, entre un lado y el otro.

Así mismo, también ocurre que algunos conceptos históricos se usan sin lógica ninguna de forma habitual, empobreciendo el debate mediante una especie de máxima irrefutable. Uno de los casos más recurrentes y estudiado en las ciencias humanas para explicar esto último, es el de Hitler como sinónimo de «lo más malvado» o de algo «terriblemente negativo». El personaje histórico de Hitler hoy en día se ha convertido en un sinónimo de algo negativo y se usa o abusa en el lenguaje común. Este ejemplo ha dado lugar a la llamada Ley de Godwin o enunciado contra la analogía nazi.

<<A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno.>>

Mike Godwin, abogado estadounidense nacido en 1956, propuso esta regla a comienzos de los años 90 en el ámbito de los debates en foros de internet. Bajo esta regla establecía que todo debate acaba cuando una de las partes menciona a Hitler, hace una comparativa del objeto de debate con la figura de Hitler. Godwin y sus seguidores entienden que a partir de este punto el debate no tiene salida ya que la idea central se ha desvirtuado. Hitler supone la comparativa negativa final, no hay argumentación razonada posible. El concepto o palabra histórica «Hitler» se convierte aquí en esa máxima irrefutable contra la cual no cabe oposición, dejando a la otra parte con la trampa de que el único recurso aparente sea cuestionar esta máxima -a pesar de que el debate sea otro- sabiendo que moralmente no resulta aceptable.

Ocurre también que algunos conceptos históricos no se usan correctamente y se convierten en armas políticas que acaban posicionando a la sociedad y creando un imaginario colectivo (La Tablilla de cera: El imaginario colectivo en Historia. El ejemplo de Numancia) desvirtuado y poco fiable. El ejemplo más característico es sin duda el de la palabra democracia, cuyo abuso intencionado en política nos ha llevado a una situación donde cuestionar la democracia propia significa cuestionar una máxima irrefutable. Según el imaginario colectivo predominante en la actualidad, solo existe un nivel de democracia, el propio, que resulta ser el bueno y cualquier crítica a este sistema -fundada o no- supone el rechazo social. Ya vimos hace tiempo que esto no es cierto en nuestro articulo La Tablilla de cera: Ciudadano antiguo y ciudadano moderno. La isocracia ateniense frente a la democracia ilustrada, donde reflexionamos acerca de dos modelos históricos de democracia y nos cuestionamos el nivel de democracia actual y las bases sobre las que se asienta nuestro sistema democrático (separación de poderes, tipos de voto, etc), así como intentamos hacer ver que no existe un sistema democrático único, que el tipo de sistema democrático es la base compleja sobre la que se asienta la estructura política, legislativa y social de un Estado, que aun bajo esta base democrática, pueden aplicarse de diversas formas o políticas de gobierno.

Especialmente crítico es el uso de determinadas palabras o conceptos históricos en la España actual como consecuencia de un reciente pasado violento, al igual que ha ocurrido en los principales Estados europeos pero con la diferencia de no haber tenido una reforma social y educativa culturalmente sana. La ausencia en los programas educativos y en la calle de un debate históricamente sano, sin tabúes ni miedos, y unas reformas educativas llenas de parches, que reflejan en las estadísticas unos resultados pobres y una sociedad peligrosamente polarizada e influenciable, han acabado convirtiendo una serie de conceptos en tabúes a un nivel similar al ejemplo sobre Hitler.

No parece haber posibilidad de debate sano entorno a palabras históricas como comunismo, república, golpe de estado, o fascismo. La mención a cualquiera de estas palabras produce un debate estéril donde se confunden sistemas de gobierno con políticas de gobierno, hechos históricos concretos y fechados con generalizaciones tópicas, teorías políticas con grupos sociales… Esto produce otra especie de ley Godwin donde, repetimos, no hay debate sano posible. Hemos hablado en alguna ocasión sobre la objetividad del historiador y el debate entorno a la escuelas históricas que defienden una mayor o menor objetividad en los trabajos (La Tablilla de Cera: Historiografía. ¿Cómo trabajan los historiadores?) y si bien esto es una característica propia de la profesión, fuera de ella debería de ser exigible un mínimo de empatía o visión crítica al tratar algunos temas. Debemos tener en cuenta que el fascismo es un movimiento socio-político enmarcado en el periodo de entreguerras y que finaliza, de forma genérica, en la segunda mitad del siglo XX. Que aunque con características comunes -partido único, régimen totalitario y una economía y educación controladas por el régimen- su aplicación difiere según el Estado donde se aplicó (desde una visión racista de la sociedad para el caso alemán, hasta la intervención directa del clero para el español). Creemos que el uso de la palabra fascista y derivados como sinónimo de cualquier política regional o estatal o persona a la que se atribuyen un pensamiento o característica que se asemeja al fascismo histórico, uso que puede pretender tener un carácter legítimo de denuncia social (acertada o no, no entramos en ello), conlleva lo que entendemos como una generalización o conversión en tópico del fascismo histórico, con el consiguiente riesgo de «suavizar» una teoría político-social culturalmente superada que convendría tener presente ante el auge de movimientos de carácter extremista con base cultural fascista.

Caricatura del New York Herald en 1919. Visión americana del comunismo durante la Guerra fría.

De igual forma, y el mismo ejemplo, lo tenemos en los conceptos de comunismo y república, que en el imaginario colectivo español resultan ser sinónimos y para parte de la sociedad mantienen unos matices negativos. Este hecho, además, es característico de España, ya que aunque fascismo se desvirtúa de igual forma en los países occidentales, el hecho de asimilar un régimen comunista con un sistema republicano, es propio de España. Los intensos años de la II República española (1931-1939) y su dramático final con el golpe de estado y la consiguiente guerra civil y dictadura han acabado resumidos en una serie de legislaciones drásticas y contra-legislaciones, revueltas sociales u obreras e intentos de golpes de Estado, así como la influencia del auge del fascismo tras la I Guerra Mundial y la revolución rusa de 1917 (que se apropió del concepto comunismo). En nuestra opinión, este pobre resumen de un periodo tan intenso viene dado por influencia de los sistemas educativos a partir de la dictadura hasta nuestros día. Durante la primera fase (dictadura) se nos presenta un sistema educativo controlado totalmente por el régimen (propio de los sistemas de gobierno de corte fascista como ya hemos visto), donde se crea un imaginario colectivo de una España católica, antiquísima y heroica (importante revisar como se crea el imaginario colectivo en La Tablilla de cera: El imaginario colectivo en Historia. El ejemplo de Numancia), frente al desastre de la II República, que queda relegada a un papel anticlerical y comunista que convendría revisar. A partir del periodo de Transición y la posterior consolidación democrática en nuestros días, los diversos sistemas educativos no sólo no han prestado la atención necesaria al periodo histórico de comienzos del siglo XX , impidiendo que las nuevas generaciones tuviesen un debate sano y con las heridas cerradas, sino que han resultado fallidos: Tan sólo un dato, España desde el año 1977 hasta nuestros días, lleva más reformas educativas que jefes de gobierno. A este problema que afecta al desarrollo humanista de las nuevas generaciones se le añade las dificultades del gremio de historiadores a la hora de estudiar la II República, Guerra Civil y Dictadura, así como primeros años del periodo de Transición, con unos archivos oficiales cerrados a cal y canto (o con muchas restricciones en el mejor de los casos) y protegidos por una Ley de Secretos Oficiales de las más restrictivas del mundo occidental (todo esto fue explicado en La Tablilla de Cera: Reflexiones entorno a la Historia actual o Historia inmediata), quedando así un discurso histórico actual que tiene como base principal a periodistas, políticos o aficionados sin formación en las herramientas históricas, pero no a historiadores.

Para tratar de alejarlos del mundo del tópico generalista y desgajar el republicanismo del comunismo debemos hacer un breve análisis del comunismo histórico y entender las razones de su rechazo social. Como hemos mencionado, será la revolución rusa de 1917 la que se apropie del concepto comunista, con el ejemplo totalitario que caracteriza el sistema que forman los Estados de la URSS con Stalin a la cabeza. Stalin, por cierto, se convertirá en la ley Godwin opositora a Hitler o en el mejor de los casos en el ejemplo tópico de que los extremos se tocan. No obstante, sobre el comunismo debemos tener en cuenta que cuando se produce la revolución rusa, el comunismo ya tiene más de medio siglo de antigüedad bajo el marco teórico de Marx y Engels (Manifiesto Comunista de 1848) y a su vez los movimientos obreros socialistas se remontan a los años 20 y 30 del siglo XIX. Incluso podríamos retrotraernos a los modelos teóricos previos de colectivismo e idealización del cooperativismo que se plantea en obras tan remotas como la Utopía de Tomás Moro (1516) o movimientos como los jacobinos de la revolución francesa a finales del XVIII. Con el establecimiento de los dos grandes bloques tras el final de las guerras mundiales, la llamada Guerra Fría, el bloque occidental se opone a la Unión Soviética y el modelo comunista que representa. Dado que se evita un enfrentamiento bélico entre superpotencias (al menos de forma directa), los medios de comunicación y el imaginario colectivo de la sociedad juegan un papel fundamental en ambos bloques, demonizando tanto el capitalismo occidental como el comunismo heredero de la obra violenta de Stalin. Ambos aspectos negativos de los dos marcos teóricos perviven en la actualidad, aunque para el mundo occidental y en especial para la sociedad española tras la Guerra Civil, el comunismo es socialmente rechazado por la gran mayoría y por tanto, el marco teórico con sus luces y sus sombras queda invalidado y visto con recelo.

Para terminar, haremos una mención breve a concepto de nacionalismo, instando a nuestros lectores a la lectura del artículo publicado al respecto (La Tablilla de Cera: Nacionalismo y su relación con la Historia) donde diferenciamos entre nacionalismo y patriotismo. Ambas palabras se suelen entender como sinónimos cuando no resulta del todo correcto. Patriotismo hace referencia a los sentimientos del individuo hacia la región donde está su origen como persona ya que deriva de patria, la «tierra de los padres» (patrius-a-um en latín). Esta región puede ser tan grande como la persona desee: desde una localidad, una región, un Estado o algo mayor como la Unión Europea o, en otros casos, el mundo… Hay que tener presente que patria y patriotismo no implican organización territorial política mientras que nación o nacionalismo sí que tienen esas características. El nacionalismo implica una organización política, social y territorial y como vimos en el citado artículo, no existe desde las primeras comunidades humanas (como sí ocurre con patria) sino que tiene su origen durante el siglo XVIII y especialmente con la creación de los nuevos Estados del XIX.

Para reflexionar:

Para este artículo la reflexión nos lleva a pensar sobre el uso del lenguaje histórico en nuestra sociedad y sobre el hecho de que nos resulte más cómodo el uso como «arma verbal» de cualquiera de estas palabras históricas.

  1. ¿Somos capaces de desligar nuestro imaginario colectivo de nuestro pensamiento político individual?
  2. ¿Somos capaces de tener una mirada crítica, empática o con una visión mínimamente neutra sobre los argumentos de un contrario?
  3. Hablamos sobre los riesgos de un mal uso de las palabras históricas. ¿estás de acuerdo?, ¿crees que es posible desvirtuar el significado original de una palabra histórica y que esto tenga consecuencias en nuestra sociedad a largo plazo?
  4. Siguiendo la idea anterior: ¿el mal uso o abuso de una palabra histórica podría llevar a una mala legislación sobre un tema especifico?
  5. ¿Puede llevar al enfrentamiento social, a la creación de bandos o a la polarización social de la sociedad?
  6. ¿Crees que vivimos en una sociedad culturalmente sana?
  7. ¿Esta deformación de las palabras históricas es algo propio de nuestros días o pudo existir en otras épocas?
  8. ¿Qué añadirías a lo dicho?

Para saber más:

Aparte de los artículos de La Tablilla de Cera citados a lo largo del artículo y especialmente a la bibliografía que acompaña a cada uno de ellos, recomendamos: