Los otros dioses romanos. Más allá de la tradición canónica.

julio 30, 2018 Escrito por: Tablilla De Cera - 1 comentario

Volvemos al mundo religioso para analizar algunos aspectos de las divinidades romanas pero lejos de hacer una exposición típica y tópica sobre los dioses tradicionales y sus atributos, este mes queremos prestar atención a los otros dioses romanos. Queremos alejarnos y desterrar la idea de una religión calcada a la griega con sus 12 dioses que cambian de nombre pero cuyos mitos y atribuciones son practicamente las mismos para hacer un análisis sobre una mitología mucho más rica y compleja, con dioses de origen no griego y con una evolución religiosa donde se adopta y se romaniza a los dioses extranjeros, desde el mundo etrusco hasta el egipcio pasando por las nuevas ideas religiosas que surgen en el cambio de era con el cristianismo primitivo.

El relato literario sobre la vida y hazañas de los dioses en el mundo mediterráneo antiguo es algo eminentemente de origen griego. Esta religión del mundo griego se adapta al modelo del antropocentrismo religioso, donde los dioses tienen características humanas tanto en su físico como en sus virtudes y vicios. En la mayoría de las ocasiones nos encontramos ante dioses caprichosos y vengativos, incapaces de contener unos impulsos más humanos que propios de una deidad, cuya actitud acaba afectando a la humanidad casi por efecto rebote más que por la sabia reflexión de un ser supremo. La humanidad es afectada por un ciclo de cosechas provocado por el rapto violento de un dios como Hades, incapaz de contener sus instintos, de Perséfone, diosa que resulta ser hija de Demeter, cuyo viaje en busca de su hija provoca que la tierra no de frutos, bien por descuidar sus tareas como diosa vinculada a la agricultura, bien por venganza prohibiendo que la tierra de frutos, según la versión del mito que sigamos. El ser humano, que no tiene culpa alguna en todo el proceso se ve afectado por los caprichos de estos dioses y el mito sirve así para explicar el ciclo de estaciones -invierno, primavera, verano y otoño- que afectan a la agricultura.
Los dioses romanos son, sin embargo, trabajadores especializados. Son antropocéntricos y acaban adoptando el relato mítico griego pero su influencia en la humanidad no viene dada por sus caprichos y no es una constante pugna entre el hombre y otros seres como los titanes y los dioses del Olimpo sino que dioses y romanos colaboran y se retroalimentan de forma mutua como si se tratase de un contrato entre dios y ser humano; esto es: Los sacrificios y oraciones a los dioses permiten a estos trabajar a favor de los romanos y lo hacen mediante la intermediación de un sacerdote, cuyos más altos exponentes como los flamines o el pontífex maximus son cargos públicos de la Res Publica, trabajan la religión para el servicio de Roma.

Georg Wissoba, filólogo clásico de finales del siglo XIX y comienzos del XX (1859-1931), estableció una diferencia entre di indigetes y di novensides, los dioses autóctonos y los adoptados, aunque el término plantea cierta controversia a estas alturas ya que algunos dioses autóctonos forman parte del panteón de los pueblos itálicos, pero no necesariamente solo del Lacio, la influencia etrusca o sabina en algunas deidades es clara. Además, indigetes se traduce en ocasiones como indígenas, lo cual es erróneo ya que indigetes alude a uno de los aspectos de Júpiter (Jupiter indigetes se asocia con la deificación de Eneas según Tito Livio). La nomenclatura de Wissoba resulta confusa y él mismo llega a caer en el error indigetes-indígena, no obstante nos sirve como explicación básica para el asunto a tratar. Conocemos bien a los di novensides, principalmente al panteón greco-romano, los doce dioses Olímpicos y alguno más que son asimilados por Roma y que actúan como dioses principales (o al menos es la idea general que nos ha quedado). ¿Qué ocurre con los dioses antiguos?, ¿son realmente dioses menores o siguen siendo vitales para los romanos a pesar de la influencia helenística?, ¿a qué deidades nos referimos?.

Larario en la Casa del Esqueleto en Herculano

Quizás los dioses romanos antiguos o si preferimos usar la terminología de Wissoba, los indigetes, estén más presentes en el imaginario que tenemos sobre la religión romana de lo que pensamos. Basta con hablar de los lares, unos dioses tan presentes en Roma desde sus orígenes hasta su final y que no tienen paralelismo en el mundo helenístico. Estos lares pertenecen al ámbito de los dioses domésticos (por contraposición a los dioses públicos) y servían de protectores del lugar y los integrantes. Los más conocidos son los lares del hogar, que se colocaban sobre un larario (un pequeño altar) en una parte visible de la casa donde el pater familias, (el tutor legal varón del ámbito familiar) como sacerdote familiar realizaba ofrendas regularmente y en los días especiales. No obstante estos lares servían de guardianes y protectores en diversos ámbitos de la vida romana: contamos con lararios en algunas encrucijadas, lugar idóneo para que el viajero buscase la protección de los lares durante el trayecto. Contamos con lares de los collegia, asociaciones o gremios de diverso tipo. Básicamente no existe un número concreto de «tipos» de lares, son divinidades protectoras de un ámbito específico y podrían asemejarse a los santos de la religión cristiana o a una especie de genios protectores en otras culturas.

La influencia helenística aportó el relato literario al concebir al dios Lar como hijo de Mercurio y una ninfa de los ríos llamada Lara, aunque lo cierto es que los lares romanos son los espíritus de los antepasados junto a los Manes y los Lemures. Apuleyo, autor del siglo II d.C., nos explica que al morir una persona pasaba a ser una especie de demonio que dependiendo de su cumplimiento en vida de las normas religiosas y morales, pasaba a ser un lar (una divinidad protectora), un larva o lemur (un ser maléfico) o uno de los manes para aquellos espíritus sobre los que se tenía duda. Estos últimos pasaban a cumplir labores de vigilancia para los consiguientes fallecidos dentro de la familia, velaban por la familia evitando la aparición de los larvae o lemures y velaban por los fallecidos conduciéndolos en el inframundo para que no acabasen como lemures y pasasen a engrosar los lares familiares. El último tipo de espíritus de los antepasados peor conocidos son los penates, divinidades vinculadas a la despensa, a la alimentación de la gens y la importancia que tenía la conservación de los alimentos para la subsistencia familiar en un pasado remoto de una Roma más primitiva

Si los antepasados divinizados y vinculados al culto en el larario nos supone un punto de ruptura respecto a la  tradicional religión Olímpica, el siguiente paso sería el culto a los genios. La idea de los genios romanos se aleja de la tradición mesopotámica heredada por el Islam, que es lo más parecido a lo que entendemos hoy por los genios. Estos genios están a camino entre los espíritus (a veces se confunden en el mismo grupo de los lares y penates) y los dioses propiamente dichos, son principios creadores que se abstraen, se separan, de una persona, ente abstracto o divinidad. A los genios no se les rinde necesariamente culto pero si que pueden considerarse como sacros los objetos contenedores del numen, el poder divino que simboliza el genio. El ejemplo más claro es el estandarte militar del águila, objeto sagrado que representa el poder divino de una legión y su genio, por lo que perder el águila legionaria significa que la legión en cuestión pierde este poder y queda en entredicho su capacidad para vencer al enemigo.

Águilas legionarias en la columna de Marco Aurelio

En los textos se mencionan como dii [dioses] genitales, que nos sirve para entender este principio fecundador que aparece o nace con el nacimiento de una persona y acaba o muere con el fallecimiento de la misma. Así, todo romano tenía un genio protector, al que se le rendía culto en ocasiones señaladas como los cumpleaños pero estos genios también se creaban para grupos sociales, el genio de una gens o el propio genio de Roma, que tenía un culto oficial especial y aparece representado en algunas monedas. Además, especialmente a partir de Augusto, el genio de una persona destacada podía servir para proteger a la comunidad: el culto imperial no es más que el culto al genio de Augusto (o del princeps de turno), que como pater patriae era lógico pensar que su genio personal también sirviese a la protección de los romanos. De las divinidades también se desprenden genios protectores, parte del poder de la divinidad se desgaja para uno de los aspectos a los que se dedica el dios. Así por ejemplo, de Juno se desprenden genios protectores del matrimonio y de Marte, genios de la venganza. No existe un número exacto de genios ya que siempre que podía desprenderse un genio protector de cualquier ente abstracto que fuese necesario. Entre la infancia por ejemplo se conocen ejemplos de genios de la lactancia (de lo que se abstrae peligrosos problemas de lactancia hoy solucionados) o del hecho de acostarse y dormir.

Así como la religión estatal se articula entorno a la influencia helenística mediante los dioses Olímpicos romanizados y todos aquellos dioses que se incorporan desde el pasado remoto o desde las últimas épocas del mundo romano ya que resulta muy cómoda al Estado y se articula por medio de sacerdotes-funcionarios, la religión doméstica por otro lado, parece tener una influencia etrusca, cultura seguramente extensible a la mayoría de los pueblos de la Italia central no tan influenciados por mitos orientalizantes de un carácter mucho más literario y antropocéntrico.

La religión estatal nos presenta menos problemas pero tiene algunos puntos interesantes. No estamos ante conceptos abstractos a los que se rinde culto, no son potencias creadoras con un origen arcaico y poco documentado sino que hablamos claramente de dioses tal cual lo entendemos hoy en día. Debemos tener en cuenta que estos dioses son la evolución natural de un estadio religioso previo de divinidades que representan los fenómenos naturales y los acciones del ser humano: las cosechas, las tormentas, la violencia guerrera… estos fenómenos tan comunes pasan a convertirse en divinidades a las que se les dota de nombre (sobre la importancia del nombre, recordamos nuestro ya lejano y primer artículo: La Tablilla de Cera: Damnatio memoriae.), de personalidad (visión antropocéntrica del dios) y de un relato literario entorno a su vida y obra. Al ser fenómenos comunes a todas las culturas, las divinidades de Roma, de Grecia, de la Galia o de Egipto son muy similares pero con distinto nombre. Siendo así, los pueblos del mediterráneo no tienen problema en adorar a dioses extranjeros ya que entienden que son asimilables a los suyos por lo que cuando César viaja a Gades en calidad de Cuestor de la provincia en el año 69 a.C., no tiene ningún problema en acudir al templo de Hércules, que en origen se trataba de un templo de Melkart, divinidad fenicio-púnica que tenían unas características similares al Hércules romano y al Heracles griego. Tendemos a pensar que los romanos asimilan, adoptan y romanizan a los dioses extranjeros aunque en realidad esto es un fenómeno común a los contactos culturales entre religiones, no solo antiguas sino de cualquier época y sea cual sea su tipología (monoteísta, henoteísta…), se acepta que es el mismo dios.

En un proceso también común a todas las culturas antiguas, también tenemos documentados algunos casos de secuestro de divinidades o de promesas y ritos para que una divinidad extranjera traicione a los suyos y pase al panteón propio. En las cartas diplomáticas de el-Amarna (algo vimos en La Tablilla de Cera: las cartas de el-Amarna: Diplomacia en el Mediterráneo oriental en torno al siglo XV a.C.) existen algunas peticiones a potencias extranjeras para que envíen en préstamo a sus dioses para casos concretos. Para el caso romano podemos señalar el episodio de la conquista de Veyes en el 396 a.C. Según el relato de Tito Livio, el dictador Marco Furio Camilo, antes de iniciar el asalto final tras diez años de guerra con la ciudad etrusca, invocó a Juno Regina, diosa patrona del enemigo:

<<…Y a ti, Juno Regina, que todavía habitas en Veyes, te conjuro para que, después de la victoria, nos sigas a nuestra ciudad, que pronto será la tuya, y que te acogerá en un templo digno de tu majestad.>> Tito Livio, 5,21-22

Episodios similares ocurren con Escipión Emiliano y la diosa púnica Tanit en el 146 a.C. o tras la destrucción de Volsinia en el 264 a.C y la posterior acogida del dios Vertumno en Roma.

Relieve representando a Bona Dea

Más allá de los dioses que estamos denominando como Olímpicos, los romanos también rendían culto a divinidades que consideraban importantes aunque en el relato mitológico greco-romano parecen secundarias. Son dioses cuyo origen no queda muy claro y cuyos ritos tampoco conocemos bien. Uno de estos casos es el culto a la Bona Dea, una diosa de carácter primitivo que aparece en varias culturas por sus características vinculadas a los valores femeninos antiguos: fertilidad, castidad, pureza y actitud maternalista como protectora de los débiles. Su nombre no deja de ser un epíteto («buena diosa») en alusión a las religiones primitivas donde no estaba permitido conocer o decir el nombre del dios (recordemos que ocurre lo mismo en el judaísmo) aunque en el relato mitológico aparece asociada a Maia, hija de Fauno.
Bona Dea tuvo un culto destacado en la ciudad de Roma, con el principal templo del monte Aventino y con una ceremonia mistérica en diciembre de la que apenas conocemos datos donde la esposa de un destacado magistrado actuaba como sacerdotisa principal con la ayuda del colegio de vírgenes vestales y la asistencia de mujeres destacadas de la alta sociedad romana. Durante esta ceremonia en la domus del magistrado, la presencia masculina, tanto física como por medio de retratos u objetos considerados masculinos, estaba prohibida y castigada (es celebre el episodio de Publio Clodio durante la celebración del año 62 a.C. en casa de Pompeya, esposa de César que por aquel año ejercía la pretura). Bona Dea además era la protectora de los estamentos desfavorecidos de la sociedad, a ella acudían esclavos y plebeyos y libertos empobrecidos, además parece ser que el templo cumplía algunas funciones médicas.

Fauno, el padre de Maia-Bona Dea, también era una divinidad destacada en Roma, especialmente entre los campesinos como uno de los dioses vinculados a la agricultura. Además se realizaban ritos en arboledas sagradas por sus capacidades como oráculo interprete de sueños. Aunque se identifica con el dios Pan en el mundo griego, tiene una mitología muy interesante vinculada exclusivamente al periodo primitivo romano como uno de los reyes míticos del Lacio, introductor de los ritos y reglas de veneración a los dioses, de forma similar a lo que ocurriría después con Numa Pompilio (de hecho hay tradiciones míticas que los sitúan como contemporáneos) y que, a su muerte, sería divinizado.

En este breve repaso por dioses que nos resultan secundarios pero cuyo culto era importante para los romanos no podemos olvidarnos de Quirino, divinidad guerrera que formaba parte de la Tríada Capitolina junto a Júpiter y Marte como uno de los tres dioses principales de Roma. Quirino parece incorporarse al panteón romano al mismo tiempo que los sabinos, que al convertirse en romanos crean la tribu censal quirina, pero muy pronto se asocia esta deidad de los sabinos con el propio mito fundacional romano, cuando Rómulo desaparece misteriosamente sin dejar rastro y pasa a ser divinizado. Con la incorporación de los sabinos se produce un sincretismo religioso y Rómulo pasa ser Quirino y por extensión, los ciudadanos romanos pasan a denominarse como «quirites».

Nos estamos refiriendo siempre a los orígenes y a la religión antigua de Roma previa al proceso de helenización pero para finalizar debemos hacer dos apuntes más. El primero lo hemos dejado caer pero vamos a insistir en ello: conviene cuestionar este proceso de helenización de la religión romana, no hay un antes y un después. El helenismo aporta y consolida el relato mítico de la religión romana pero esta ya cuenta con su propio relato mitológico del entorno del centro peninsular (Etruria y Lacio-Sabina) que en ocasiones se conserva en su mayoría o se le añaden pequeños detalles como podemos observar en los casos de Quirino y Fauno, además, este helenismo es la influencia mayoritaria pero no la única (Dis Pater, una deidad del inframundo y presente en Roma desde época muy temprana, resulta ser de origen indoeuropeo por medio de los galos del norte italiano). Además, el helenismo religioso no resulta ser más que el aglutinante, como sistema cultural predominante en el mediterráneo, de toda la tradición religiosa primitiva, con deidades primordiales (el trueno, el mar, la agricultura, la guerra…) a las que se les dota de nombre y que son comunes en cualquier religión heredera de los primeros sistemas sociales desde la Edad del Cobre y sobretodo del Bronce.

El segundo apunte viene a confirmar este punto anterior. No hay un antes y un después, hemos dicho: tras la consolidación del relato mítico Roma continuó adoptando nuevos cultos hasta prácticamente su última época. Célebre en el panteón romano es el caso de Cibeles, diosa frigia que aunque ya existía en Grecia como Rea, salta desde Anatolia a Roma asociándose a la Magna Mater (la «Gran Madre», de nuevo una deidad sin nombre como Bona Dea) en tiempos de la segunda guerra púnica. Mitra, deidad persa venerada hasta en India y de la que ya hablamos bastante hace unos meses en La Tablilla de Cera: Los Magos de Oriente. Influencia de la tradición próximo-oriental en el relato bíblico, se consolida en Roma en el siglo III d.C y enlazando con Mitra, el propio cristianismo primitivo, que aunque siempre mantuvo una relación tensa con el Estado hasta su imposición sobre la religión antigua, estos problemas de convivencia eran más un inconveniente de escala de poder social, de tributos y algunos detalles relativos al culto, que de religiosidad; en el panteón romano, el dios cristiano encajaba o trató de ser encajado en el culto al sol y la influencia mitraica (otro culto al sol) no se puede negar (la iglesia de San Clemente de Letrán en Roma, por ejemplo, fue levantada sobre una iglesia primitiva del siglo IV que aprovechó la estructura de un templo de Mitra).

Busto de Serapis. Museo Pío-Clementino Vaticano.

Además, el fenómeno de los sincretismos religiosos (la fusión de varios dioses en uno, un fenómeno aplicable a todo lo que estamos viendo) se hace patentes en casos muy señalados: Serapis, una creación potenciada desde el propio Estado helénico-egipcio de Ptolomeo Soter, aunaba una divinidad solar como era Apis, con Osiris, divinidad del inframundo que también estaba vinculada a la fertilidad en el Nilo. Este dios servía como nexo de unión entre la población autóctona egipcia y la nueva élite macedónica, además de incorporar algunos elementos comunes en Mesopotamia. Serapis se popularizó en el panteón romano entorno a los siglo III y IV. Observamos en este periodo la preeminencia de las divinidades solares (Mitra, Serapis, el dios cristiano…) frente a las antiguas tríadas oficiales (Júpiter-Marte-Quirino). Otro caso mucho más llamativo y menos conocido es el de Hermanubis, sincretismo entre Mercurio-Hermes y Anubis que también tuvo su momento de popularidad en el imperio oriental en estos siglos III y IV d.C.

 

Para reflexionar:

  1. ¿Puedes citar otros dioses primitivos como Bona Dea o Quirino?
  2. ¿Puedes citar más dioses sincréticos?
  3. ¿Y más fuerzas divinas del tipo de los dioses domésticos (lares, manes y penates) o genios?
  4. ¿Qué visión hemos intentado dar sobre la idea de helenización de la religión romana?, ¿qué idea tenías sobre ello?
  5. ¿Cómo trata de adaptarse el culto solar al culto cristiano primitivo?
  6. ¿A qué obedece este aparente cambio de posición entre los dioses de la tríada capitolina y las tríadas secundarias durante la república y el principado y el culto a los dioses solares a partir del siglo III d.C.?

Para saber más: