Península ibérica protohistórica. ¿Una cuestión entre celtas e iberos?

mayo 30, 2017 Escrito por: Tablilla De Cera - 1 comentario

La visión tradicional de la Historia de la península ibérica antes de la llegada de cartagineses y romanos es la de una península dividida en dos amplios sectores socioculturales: la mitad noroeste para los celtas y la mitad sureste para los iberos, con un núcleo central de mezcla entre ambos, los celtíberos. Esta visión terriblemente extendida llega practicamente hasta nuestros días en los manuales escolares y una búsqueda rápida de mapas por Internet nos ofrece claramente esta situación. Sin embargo y sin ninguna duda, en La Tablilla de Cera tenemos claro que es una visión falsa y -en el mejor de los casos- desactualizada. Como solemos hacer, en el articulo de este mes trataremos de explicar dónde nace esta visión, porque resulta tan atractiva y difundida y daremos una visión más compleja y real sobre el mundo prerromano peninsular, aclararemos los conceptos que llevan al error y aportaremos algún mapa que nos intente ayudar a definir territorios.

Visión tradicional de la península ibérica prerromana con la división entre celtas, iberos y una zona central para los celtíberos.

Otra visión tradicional, esta vez más exagerada y nada real, con una amplia franja central destinada a los celtiberos como mezcla entre celtas e iberos

El recurso fácil es acudir a la intencionalidad maliciosa de sectores ideológicos de ámbito político o mediático (sobre esto, recomendamos el tema del imaginario colectivo que vimos el mes pasado: La Tablilla de Cera: El imaginario colectivo en Historia: el ejemplo de Numancia) y no falta razón pero para llegar ahí es necesario una base histórica desde la que partir. Esta base debemos buscarla en una interpretación positivista de las fuentes escritas de época romana (igualmente, para conocer las tesis positivistas y el funcionamiento del trabajo del historiador recomendamos la lectura de La Tablilla de Cera: Historiografía: ¿cómo trabajan los historiadores?) propia de la historiografía de finales del XIX y comienzos del XX. Las fuentes escritas para estudiar este asunto son fundamentalmente de los siglos I a.C. y I d.C., con excepciones como Polibio, testigo presencial durante las guerras celtiberas del siglo II a.C. al acompañar a Escipión y Timeo, un historiador griego del que poco conocemos y que hizo breves menciones a los pueblos entorno al ámbito griego en el mediterráneo occidental. Entorno a los siglos I a.C. y d.C. tenemos a historiadores y geógrafos como Diodoro de Sicilia, Estrabón y un siglo después -a caballo entre el I a.C. y el II a.C.- Claudio Ptolomeo. La situación por tanto es la de una historiografía elaborada por foráneos (grecorromanos) en unas fechas donde la presencia de las potencias mediterráneas de cartagineses y romanos ya llevan tiempo establecidas. La fuente más temprana parece la de Timeo, del que apenas tenemos datos y para Polibio, testigo excepcional, ya nos encontramos en el siglo II pero su visión se centra en el mundo celtíbero y  en unas fechas donde primero Cartago y después Roma ya han «contaminado» un posible estudio objetivo del terreno. No hay fuentes rigurosas sobre los pueblos peninsulares antes de los historiadores grecoromanos (y si las hubo, no las hemos encontrado o se han perdido) luego partimos de una base ya contaminada. Antes del cambio de era, la fuente principal que articulará el discurso positivista entorno al imaginario colectivo sobre celtas, iberos y celtiberos, será Diodoro de Sicilia, cuya narración -un compendio de las notas de historiadores precedentes, Timeo y Polibio entre otros- hoy sabemos que debe de ser tomada con pinzas ya que comete varias inexactitudes si se compara con la evidencia arqueológica o con otras fuentes escritas. La frase clave que articula lo que pretendemos explicar aparece en el libro V de su Biblioteca histórica:

<<… en otros tiempos estos dos pueblos, los iberos y los celtas, guerreaban entre sí por la posesión de la tierra, pero cuando más tarde arreglaron sus diferencias y se asentaron conjuntamente en la misma, y acordaron matrimonios mixtos entre sí, recibieron la apelación mencionada [sobre los celtiberos] …>> Diodoro de Sicilia.

En este ejemplo se detallan las etnias principales sin distinguir entre celtas e íberos. Obvia numerosos pueblos y establece unas fronteras definidas que resultan cuestionables.

Esta frase de Diodoro tomada al pie de la letra nos presenta una península ibérica dividida en dos entes territoriales con sendas culturas y formas de vida, iberos y celtas, en una especie de lucha fronteriza sobre la que acaba triunfando un pacto con la creación de un tercer ente territorial mixto, celtiberos, que finalmente será el que presente una lucha más enconada a las potencias extranjeras (Cartago y Roma). Esta visión alentada por ideólogos de los siglo XIX y XX de ideologías opuestas, ya que servía a propósitos variados, (volvemos a citar nuestro artículo dedicado al nacionalismo histórico: La Tablilla de Cera: Nacionalismos y su relación con la Historia y al ya citado sobre el imaginario colectivo), resulta atractiva pero escasamente creíble a poco que profundicemos en el asunto.

Influencia clave en el asunto fueron las hipótesis sobre las migraciones indoeuropeas alentadas desde la filología con el estudio comparativo de lenguas y las raíces de las palabras hasta conseguir llegar a una especie de idioma indoeuropeo que sería el germen de la mayoría de las lenguas europeas. Estas migraciones se resumen en una serie grandes movimientos de masas de población, muy lentos en el tiempo, desde las estepas hacia el sur de Europa (recordemos aquí como siglos más tarde volvemos a la misma idea al hablar sobre el empuje bárbaro en las fronteras del imperio romano). Hablar sobre las migraciones desde el punto de vista filológico requeriría un artículo entero así que nos limitaremos a dejar artículos de consulta en la sección «para saber más». Estas tesis de la filología comparada resultaron muy atractivas para los movimientos vertebradores de las naciones modernas (también es la época sobre el estudio y catalogación de las «razas»).

A los problemas historiográficos que ya hemos mencionado (la visión positivista ya obsoleta y la inexactitud y escasez de las fuentes escritas) hay que añadir el marco cronológico ya que hablamos fácilmente de un milenio, (desde antes del I milenio a.C. hasta la asimilación romana durante los siglos II y I a.C.), un margen de tiempo terriblemente largo para resumirlo en la lucha de dos potencias sin apenas cambios sociales o de estructura del Estado. Por último las evidencias arqueológicas que nos ayudan a clarificar conceptos, observar matices entre los diferentes espacios geográficos y las nuevas interpretaciones de las ciencias auxiliares como la epigrafía, la numismática o la antropología, nos aportan una visión mucho más amplia y compleja del territorio peninsular antes de la llegada de Cartago y Roma.

¿Qué son o a qué nos referimos al hablar de celtas, iberos o celtíberos entonces? en términos generales debemos entenderlo como definiciones del mundo grecorromano de grandes grupos de gente con unos rasgos más o menos comunes, con especial atención a los rasgos lingüísticos, pero sin que formen necesariamente un Estado o una potencia regional. El símil moderno sería hablar de «occidentales», de «sudamericanos» o «asiáticos», términos que aluden a una serie de países con unos rasgos culturales más o menos comunes pero que no comparten una organización social propia (en ocasiones existen organizaciones supranacionales como la Unión Europea, caso que también veremos más adelante). Muchas veces estos términos incluso tienen connotaciones negativas y hasta son creaciones o deformaciones de palabras por parte de agentes externos a esos grupos de población. Esto es tan válido para el siglo XXI como para el caso a tratar, en el que recordamos que las denominaciones de celtas, iberos y celtíberos son creaciones grecoromanas y no sabemos si ellos mismos se definían como grupo de alguna forma.

Partiendo de esta idea de grandes grupos culturales en un margen de tiempo muy largo, tenemos una serie de lo que se viene a llamar «pueblos», cuyos límites territoriales son menores y ya están encuadrados en alguna de estas dos grandes grupos. Tampoco podemos asimilar estos pueblos a Estados pero si parece ser que tenían cierta conciencia de grupo. Carpetanos, vettones, lusitanos o astures, por ejemplo, para el grupo Celta, en el cual habría que incluir a los celtiberos como explicaremos más adelante. Y por ejemplo iacetanos, edetanos, turdentanos o idigetes para el grupo Ibero. Son grupos poblacionales con características sociales y organizativas comunes y una geografía cercana que propiciaba cierta idea de grupo y la unión en determinadas ocasiones (amenazas externas, comercio…). Sin embargo, dentro de cada uno de estos pueblos encontramos una serie de grupos poblacionales menores articulados entorno a un núcleo principal (Numancia, Sagunto, Iruña-Veleia o Mesa de Miranda son algunos ejemplos). Todos estos núcleos principales, articulados en forma de ciudad-estado o un sistema similar pero teóricamente independientes unos de otros, formarían el pueblo de los belos, el de los sedetanos o el de los celtiberos y de ahí pasarían a adscribirse a la cultura celta o a la ibera, en algunos casos hasta por definición de las propias fuentes literarias romanas, que colocan a cada pueblo según la información que disponen (el geógrafo Estrabón nunca pisó territorio peninsular, por ejemplo.)

Mapa etnológico de la península ibérica entorno al 200 a.C. Luis Fraga da Silva

Una imagen bastante gráfica de esta idea la tenemos en el mapa etnológico del geógrafo portugués Luis Fraga da Silva, en el que añade, sobre la base de un mapa de entorno al año 200 a.C., aspectos lingüísticos, numismáticos, pueblos y ámbitos culturales, así como colonias extranjeras y zonas de dominio cartaginés y romano. Podemos observar como Fraga da Silva concibe a los celtas e iberos únicamente como grandes grupos lingüísticos (no son idiomas, esto es importante), al que además añade el de los turdetanos como grupo heredero del tartesio, un indo-europeo o pre-celta que resiste ante la llegada del grupo celta y el proto-vasco. Importante señalar como encuadra el celtibero dentro del grupo de lenguas celtas. Las grandes zonas socio-culturales se corresponden aquí con los pueblos más destacados y su zona de influencia; aquí si tenemos a los celtíberos como un grupo de población importante dentro de la zona de lenguas de influencia celta, al igual que los astures o los galaicos. Por contra no aparecen los iberos como grupo poblacional, sino como zona lingüística en la que encontramos varios pueblos destacados como los edetanos o los baleares. El caso de los celtas como pueblo es llamativo porque debemos diferenciar entre el grupo lingüístico, que corresponde con la idea tradicional de la zona celta y el pueblo o grupo poblacional de los célticos, que aparece en el norte de Huelva y sur de la extremadura hispano-lusa. Estrabón menciona a estos célticos también como un pueblo menor en la zona astur, quizás sea esto un signo de una migración norte-sur o sur-norte por el corredor de la vía de la plata. Resulta también interesante señalar como los límites de las zonas lingüísticas y de algunos pueblos, no respetan la tradicional separación natural de los Pirineos, alejándonos de la idea de una península cerrada con unos iberos bien delimitados al sur de los Pirineos, las vías de comercio y las influencias culturales iban mucho más allá de nuestra concepción de las fronteras actuales.

La visión del mapa de Fraga da Silva resulta muy interesante por presentarnos una situación compleja y lejana a la visión tradicional. Más compleja nos resulta si tenemos en cuenta los cambios en la investigación desde 2004 hasta la fecha, que modifican algunos puntos del mapa, por no hablar de las discrepancias e hipótesis de filólogos y etnólogos respecto a las zonas culturales y lingüísticas (la zona marca como proto-vasca es fruto de controversia, así como la importancia destacada que el geógrafo portugués da al indoeuropeo de la zona central portuguesa). Además, ya hemos señalado que el mapa pertenece a un momento concreto, si leemos las descripciones de historiadores y geógrafos greco-romanos y buscamos el marco cronológico, encontraremos pueblos que no aparecen o pueblos situados sobre una zona teóricamente ocupada por otros grupos.

Por todo esto estamos insistiendo continuamente en la idea de que la realidad es mucho más rica y compleja. Si intentamos establecer una cronología resumida el panorama es el de una península ibérica que recibe grupos migrantes desde fechas muy tempranas. No tenemos constancia de la fecha aproximada de las migraciones iberas y encontraremos teóricas que los remontan al neolítico, que son migrantes de origen africano o que los declaran autóctonos. No entraremos en un debate tan abierto pero el grupo lingüístico ibero parece tener raíces comunes con el proto-vasco por lo que parecen tener orígenes comunes. De hecho, algunos filólogos observan en el proto-vasco raíces comunes con la zona georgiana, donde los mapas antiguos situaban otra iberia. Sea como fuere, hacia comienzos del I milenio a.C., parece que llegan migrantes del grupo lingüístico celtico (también aquí las teorías son varias), aunque algunos investigadores sitúan en zona media portuguesa un estrado pre-céltico como ya hemos visto, con ciertas diferencias respecto a estos celtas que llegan con el cambio de milenio, pero cuyo origen es incierto.

Esta entrada de grandes grupos de población en varias oleadas de gente durante largos espacios de tiempo supone cambios en algunos aspectos socio-culturales de la población autóctona. Cambios que no son inmediatos sino que van calando poco a poco hasta que se normalizan. De igual forma, estos grupos que llegan se ven influenciados a su vez por la cultura local, de la que toman aquellos elementos que resultan útiles en un proceso idéntico al anterior; estamos pues ante procesos de aculturación. No es, por tanto, una unión formal tal cual encontramos en la obra de Diodoro, fruto de una paz tras un largo conflicto (de hecho, los enfrentamientos entre distintos pueblos peninsulares son una constante hasta época romana), se trata de un largo proceso en el que los distintos grupos se van mezclando y adoptando o desechando características de uno u otro grupo. Tampoco podemos hablar de una mezcla entre iberos y celtas, sino una mezcla entre los que están y los que llegan.  Además, debemos desterrar la idea de que este proceso de aculturación sea mediante invasiones bárbaras y grandes masas de población en movimiento, insistimos en la idea de que es un proceso muy largo en el tiempo, en el cual también existen otros factores como el comercio y los contactos con otras regiones centroeuropeas o mediterráneas. Los procesos culturales no llegan necesariamente de la mano de las migraciones sino que estos contactos (comerciales, guerreros, migratorios, diplomáticos…) entre regiones propician que viajeros y comerciantes adopten modas externas y las lleven a su lugar de origen.

Reconstrucción de un enterramiento de la cultura de los Campos de Urnas. Museo Arqueológico Nacional.

Estos cambios los apreciamos gracias a los restos arqueológicos o a diversos aspectos como la evolución epigráfica en inscripciones o monedas. Así por ejemplo, antes o entorno al 800 a.C., los grupos de población celtas que llegan pertenecen a la llamada cultura de Hallstatt, que se caracteriza por los primeros usos del hierro como material clave, son los comienzos de la Edad del Hierro en la península, que rápidamente adopta la población ya establecida (grupos iberos, por ejemplo). Para algunos expertos, las primeras fases de Hallstatt corresponderían a grupos proto-celtas y estarían más entroncados con la tradición de los Campos de urnas, cultura característica por enterramientos por incineración donde los restos se enterraban en vasijas, esta cultura se extiende desde centroeuropa hasta el oeste peninsular (la zona proto-celta identificada en el mapa entre el Duero y el Tajo). Hallstatt sería sucedido por la cultura de La Têne, donde apreciamos unas formas constructivas más jerarquizadas, los oppida: núcleos de control del territorio entorno a importantes vías de comunicación, muy bien descritos en la obra de Julio César. Los autóctonos (en estas fechas ya hablaríamos tanto de celtas como de iberos si seguimos la idea tradicional) serían influenciados por este modelo, que será el que coincida con la presencia cartaginesa y romana en la península.

La presencia romana en la península parte del noreste y tras una rápida penetración por el levante y sureste, va extendiéndose en los siglos siguientes hacia el oeste y norte. Esto supone que las primeras formas de organización territorial que encuentran están muy influenciadas por el corredor mediterráneo desde siglos atrás: fenicios, griegos, etruscos… además es una influencia en ambas direcciones porque el mercenariado ibero estará presente en los ejércitos mediterráneos (por ejemplo en la guerra del Peloponeso o en las luchas entre cartagineses y griegos en Sicilia). Son ciudades-estado con un dominio territorial creciente entorno a un oppidum fortificado que controla rutas de comercio, además, son grupos de población con una estructura social que les permite tener una política exterior de pactos y tratos comerciales con regiones lejanas. El caso más paradigmático es el de Sagunto/Arse, el principal poder territorial dentro del territorio edetano cuya política exterior los encuadra en el bando romano frente al cartaginés. La negativa del resto de oppida edetanos a prestar ayuda militar frente a Cartago viendo la ocasión de frenar el creciente poder saguntino nos aporta un ejemplo de la compleja organización del territorio: estos edetanos no solo no forman un territorio unificado sino que pugnan entre ellos por el control territorial a pesar de los rasgos culturales comunes y la conciencia de formar una etnia según nos transmiten las fuentes grecorromanas.

Estela con caracteres iberos

Tras la expulsión de Cartago, Roma empieza a penetrar en el territorio y nota diferencias culturales en los pueblos del interior, a los que llama celtiberos, que lejos de significar que sean la unión de celtas e íberos, son «los celtas de Iberia». Unos celtas que se diferencian del resto del grupo lingüístico celta porque adoptan los caracteres de escritura ibéricos para expresar su idioma celtico. Esto es clave porque a diferencia de las inscripciones iberas (que podemos leer pero no traducir), el celta entroncado con su origen indoeuropeo, si podemos traducirlo gracias a esta «contaminación cultural» con el grupo ibero. Entre los celtiberos encontramos un ejemplo similar al de los edetanos. Sabemos de la existencia de coaliciones de celtiberos cuyos ejércitos recorrían la península contratados por otros pueblos; al menos tenemos constancia de su presencia en territorios ibero-turdetanos, las fuentes no abundan en detalles sobre su presencia en la vertiente atlántica. Así mismo sabemos por las fuentes de coaliciones con vacceos y otros pueblos, sin embargo el sistema de gobierno es el mismo: ciudades-estado independientes unas de otras que pueden unirse o no frente a la amenaza de vecinos (sean de su misma etnia o no) o potencias externas a la península ibérica.

Bronces de Botorrita. Caracteres iberos para expresar el celta de la celtiberia. Junto a estos se encontró un tercero en latín y otro dos más muy deteriorados. Museo provincial de Zaragoza

Tras la caída de Numancia y la consolidación del poder romano en la mitad sureste de la península, el interés por la parte noroeste hace que exista un contacto mucho más directo, lo cual no quiere decir que no lo hubiese antes. Los cronistas se refieren a estos con el genérico de celtas (palabra por cierto de origen griego, no hay constancia de un nombre indígena para autodesignarse luego no se puede hablar de unidad celta). Este genérico de celtas es el nombre que ya daban a los diversos pueblos de toda la corriente atlántica y zona de los Alpes (incluso el norte italiano, la llamada Galia Cisalpina, era considerada celta). Estos celtas peninsulares (astures, galaicos…) poco tenían que ver con los celtas de la Galia (senones, eduos, avernos, nervios…) o de las islas británicas (atrebates, menapios…) más que el sustrato lingüístico. El comercio marítimo en la fachada atlántica permitía los contactos culturales pero algo muy lejos de la idea de una gran conciencia céltica.

Para reflexionar:

  1. ¿Figura aun esta visión tradicional en los manuales escolares?
  2. Desde nuestra concepción moderna, ¿llegamos a comprender el panorama político peninsular antes de la presencia de cartagineses y romanos?
  3. ¿Como definirías entonces a iberos y celtas?
  4. El caso de los celtiberos como propiamente celtas, ¿es algo conocido a nivel popular?, ¿resulta llamativo?
  5. ¿Qué idea tenemos sobre los celtas?, ¿y sobre los iberos?
  6. Esta visión generalista se puede aplicar a otras zonas geográficas y a otros marcos cronológicos, ¿conoces algún ejemplo más?.
  7. Nuestra visión sobre la hispania prerromana, ¿coincide con el caso italiano antes de la dominación de Roma?, ¿qué pueblos y grupos lingüísticos conoces para la peninsula itálica protohistórica?
  8. ¿Conocías las tesis de la filología sobre las migraciones?, ¿cómo se rastrean los orígenes de un idioma?
  9. ¿Qué es o qué sabes del Indoeuropeo?
  10. ¿Qué sabes sobre los procesos de aculturación?, ¿existen ejemplos actuales de prestamos culturales?

Para saber más: